Experiencia del Concurso Odisea

Nárrame las causas, oh escurridiza musa, de los sufrimientos que llevaron al padre de los dioses a querer abrir su cabeza para acabar con su sufrimiento. Relátame al oido el por qué de tal acto de barbarie para yo, como hombre que soy, comprender un poco más y así luchar contra este dolor punzante en la cabeza que tanto me aflige.

 

Invocadas ya las musas, puedo lanzarme a relatar mi Odisea, que tal vez no sea solo mía, pero al ser yo quien relata este viaje, haremos como si lo fuera. En primer lugar, cabe mencionar que el viaje físico no fue demasiado grande porque, al contrario que Odiseo, no tuve la necesidad de viajar a través del mar bravío en busca de aventuras en tierras lejanas. Podría decirse que en este caso las aventuras, tal vez un poco aburridas en sus polvorientos libros de historia, decidieron buscar algunos nuevos héroes, entre los que se encontraba un servidor.

 

Con mi armadura puesta desde antes de que comenzaran las clases, allá por las ocho y media de algún vetusto día de primavera, me dispuse a afilar junto a mis aliadas, jóvenes amazonas ambas, el teclado de uno de esos ordenadores cuyo mayor alarde de tecnología reside en la posibilidad de acceder a la red mediante un rítmico pedaleo digno de todo un señor de aquellos que se pasean de un lado a otro con un ceñidísimo maillot. Se hacía el silencio en la sala antes del estallido de nerviosismo y las florituras varias que tenían que llevar a acabo nuestros corazones por no detenerse a causa de la ira o el susto que traían consigo todas y cada una de las preguntas que nos llovían. Edipo, ¿no decías haberte ocupado de la esfinge que torturaba a tu pueblo? Mentiras, no eran más que mentiras. Lo que decían los mitos era todo mentira por lo que pudimos comprobar, por lo que creímos que tal vez para este concurso era mejor ceñirse a la historia.

 

Tras una batería incesante de preguntas ascendimos al Olimpo de los estudiantes de la gran y excelentísima Comunidad de Madrid, tierra de reyes y dioses, no sin antes disputar la más sangrienta de las batallas. Como no podía ser de otra manera, la tensión se hacía notar en una atmósfera que resultaba cada vez más pesada y que, a cada segundo que pasaba, me hacía sentir más lejos de casa. Que en tu viaje a Ítaca el camino te sea largo y lleno de aventuras decía el poeta...Pero mejor si estas son efímeras, añadió el guerrero. Solo hay una cosa que puedo decir respecto a lo que el desempate local significó para mí, y es que tres horas pueden ser muy largas en la vida de un hombre. Tras la primera hora los ánimos resistían, pero ya mermados por el agotamiento. Tras la segunda, notábase cierta locura en la risa que irrumpió súbitamente entre los que defendíamos el orgullo de la sierra, contrastando con la seriedad del enemigo que nos habían impuesto tantos otros cientos de jóvenes ya caídos en el extrarradio y otras muchas zonas de la capital.

 

¡Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza! Si me hubieran preguntado tras el paseo por los infiernos que realizamos aquella tarde, así es como hubiera resumido a las generaciones venideras la experiencia que acababa de vivir. ¿Exagerado? Quién sabe... Ahora mismo solo me quedan los recuerdos de esta horrible experiencia que repetiría encantado si tuviera la oportunidad, porque, no solo a mi, si no tambien a todos los curiosos jóvenes que se embarcaron en este viaje hace ya algunos meses nos ha pasado lo mismo: nos acompaña hoy, y ya para los restos, una bolsa que en vez de vientos contiene conocimientos que, en esta ocasión, ha vuelto a demostrar que la historia no desaparecerá en el tiempo como lágrimas en la lluvia.

 
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